Las máscaras del héroe




por David Bizarro

Concebida como un hábil subterfugio narrativo disfrazado de best-seller, Estrella del alba nos reconcilia con la novela histórica y el pastiche literario, tomando la controvertida figura de Lawrence de Arabia como excusa para reflexionar sobre las ambiguas connotaciones del Mito, tanto en el plano real como en el ficcionado. Ahora bien, el verdadero mérito reside en involucrar a Robert Graves, J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis como protagonistas de una trama de visos metaliterarios, que mantiene el interés a lo largo de más de cuatrocientas páginas de lectura ágil. A ratos incluso fascinante, por más que la errática traducción empañe algunos de sus logros y ciertos pasajes sacrifiquen la verosimilitud en beneficio de la épica.

Con todo, esta primera novela solista de Wu Ming 4 se beneficia de un mayor sentido de la mesura que otros títulos del colectivo “Sin Nombre”. El autor acierta a la hora de abordar las paradojas de sus personajes, los fantasmas de la guerra, sus secretos inconfesables y sus traiciones cotidianas; pero se resiente cuando intuimos que la recreación de ciertos escenarios y personajes obedecen a un ajuste de cuentas estrictamente político. Si nos remontamos a Q, por ejemplo (publicada bajo el pseudónimo de Luther Blissett) las revueltas protestantes del siglo XVI encontraban su eco en los movimientos contestatarios del último tercio del siglo XX, mientras que, en la posterior, ‘54’, el senador McCarthy, Cary Grant, Alfred Hitchcock y el presidente Tito servían de nexo con el recrudecimiento del conflicto kosovar y los atentados de 11-S.

Por suerte, en Estrella del alba el pensamiento crítico prevalece sobre el panfleto caricaturesco, dejando en evidencia a cultivadores autóctonos del género como Arturo Pérez-Reverte o César Vidal. Porque nos encontramos ante una novela de aventuras donde las verdaderas hazañas son más bien introspectivas. En la que Lawrence sirve de catalizador para la toma de conciencia del resto de protagonistas; pero también para el lector, invocando de refilón al IRA, Irak, la ONU y el FMI para recordarle, sobre todo, la importancia de un compromiso artístico que anteponga la fantasía sin renunciar a la realidad. Porque escribir también puede ser un acto revolucionario, como reflexionaba Graves. Convertirse en un refugio y en un arma. Evasión y victoria. 
 

Quevedo contra el copyright

Conocí a Diana Eguía en la Comisión de Pensamiento de la Acampada Sol. Diana es filóloga y especialista en el Siglo de Oro. Me la volví a encontrar en marzo de 2012 en la Universidad de Filadelfia donde vive y estudia ahora. Charlando durante una cena surrealista, me explicó cómo algunas prácticas que hoy se considerarían atentados piratas contra la cultura promovieron la explosión creativa del Siglo de Oro, poniéndome sobre todo el ejemplo de Quevedo. Le animé a escribir sobre ello y aquí está el resultado. Agradezco a Javier de la Cueva su lectura y  sugerencias [Amador Fernández-Savater]


Diana Eguía Armenteros, doctoranda de la UAM

Uno de los argumentos esgrimidos con frecuencia por los últimos Ministros de Cultura del Gobierno de España, así como por la Sociedad General de Autores, es la lapidaria amenaza de muerte que persigue a la cultura si no se pone freno a la copia. Sin los derechos de autor, cánones digitales, cierres de páginas de descargas, persecución policial de cibernautas, etc. los autores que producen cultura, nuestros artistas, morirán irremediablemente de hambre, devolviendo al homo hispanicus a un primitivo y peligroso estado precultural. Cabría preguntarse quiénes son estos autores y qué entienden por cultura, aunque este debate mejor se ubica en otro momento y lugar. De lo que voy a tratar aquí es de recordar someramente a uno de los artistas más alejados de cuestionamientos valorativos: don Francisco de Quevedo y Villegas, Caballero de la Orden de Santiago y Señor de la Torre de Juan Abad. Irónicamente, la SGAE reclama a esta villa castellano-manchega, que fue propiedad de don Francisco, el impago de los derechos de las canciones de su romería y del órgano barroco de su iglesia, donde se interpretan piezas de los siglos xvi y xvii.

Desde tiempos inmemoriales la cultura ha sido considerada como “peligrosa”; no, como nos quieren hacer creer, en peligro de desaparecer, sino peligrosa por su capacidad de expandirse, de multiplicarse, de llegar a aquellos que podrían manejarla “peligrosamente”. Cuando el cauce por el que discurría era la letra manuscrita, Mundo Antiguo y Edad Media, la cultura quiso primero ser preservada de los metecos, las mujeres y los esclavos, para restringirse posteriormente a la exclusividad de élites monárquicas y religiosas. En la Edad Moderna, por el contrario, los caminos de la cultura se dispararon de un modo que podríamos considerar similar a lo que ocurre en la actualidad. Esto produjo una explosión escrita sin precedentes conocida como el Siglo de Oro de las letras españolas.

Con el libro impreso bien establecido, la cultura manuscrita no solo no desapareció, sino que empezó a ser utilizada para hacer circular textos de un modo más libre y, frente a lo que pueda parecer, rápido. La copia de mano en mano podía tener un efecto que hoy llamaríamos viral, puesto que permanecía exenta del control legislativo que operaba sobre el libro impreso. Es el caso de las dos obras en prosa más populares de Quevedo, a las que me referiré en seguida. No obstante, el género que circuló con más soltura de forma manuscrita fue el poético, debido a su extensión y facilidad de memorización, pero también gracias a algunos subgéneros nuevos: recuérdese por ejemplo el desafío que la poesía satírico-burlesca supuso no solo para las costumbres religiosas, también para la política del Imperio. Aún hoy, tras dos décadas de world wide web, los textos breves se mueven y se comparten mejor en internet que los extensos. Al tiempo, la cultura oral adquirió si cabe más energía al hibridarse con la llamada poesía culta, que corría de mano en mano y de boca en boca en los foros públicos. Debe puntualizarse que la lectura silenciosa era considerada aún por muchos casi un rasgo de extravagancia, por tanto, toda literatura demandaba ser compartida simultáneamente por un grupo de personas para existir.

La imprenta asimismo introducía en el tablero todo un nuevo mundo de posibilidades. La copia impresa pirata no fue infrecuente. El mismo Lope de Vega se hartó de ver Madrid inundado de sus comedias pirateadas y decidió ejercer un activo e infrecuente rol en la moderna industria editorial, la publicación de sus propias obras, convirtiéndose en lo que denominaría uno de los primeros poetas auto editados de Europa.

La prueba histórica de la peligrosidad del nuevo formato nos la da la prohibición de imprimir en los Reinos de Castilla “libros de comedias, nouelas ni otros deste género” de 1625 a 1634. La literatura en general, pero sobre todo el teatro, estaba viviendo una verdadera revolución, uno de esos desafíos que asustan. ¿Aplacó la medida tomada por Felipe IV dicha explosión cultural? El ejemplo del Rey Planeta (la Ley Habsburgo, que apodaríamos por imitación a la Ley Sinde-Wert) serviría de inspiración para nuestros políticos si no fuera porque los impresores se limitaron a cultivar su oficio en otros reinos, como el de la vecina Corona de Aragón, en ocasiones incluso sin trasladarse, simplemente, falseando los datos del pie de imprenta. En conclusión, la prohibición sirvió para aumentar la piratería. (Del mismo modo, la Ley Sinde no afecta a proveedores extranjeros de servicios, por lo que las páginas piratas pueden migrar para seguir funcionando).

Vayamos al caso particular de Quevedo. El primer Sueño, El sueño del Juicio final, debió redactarse en Valladolid, adonde se había trasladado el joven autor, en 1604 y el último, El sueño de la muerte, en 1628. También por 1604 y en la misma ciudad, comienza a correr manuscrito el Buscón. El éxito y el escándalo explican la veloz difusión de ambas obras. Lógicamente, en el proceso de la copia, el lector-copista se torna co-autor, reescribiendo el texto, engordándolo, democratizándolo, exactamente igual que ocurre en la red. Conservamos como ejemplo curioso la anotación de un estudiante que mientras duplicaba la parte de El Alguacil alguacilado en que se habla de la falta de pretendientes de las feas, añade: “pues vénganse a Salamanca y no tendrán hambre”(1).

¿Sabía Quevedo que los textos de los Sueños y del Buscón iban a ser alterados cuando los puso a circular? Podemos especular que conocía lo suficiente los circuitos de la cultura como para utilizarlos en su favor, por tanto, además de ser consciente de las posibles consecuencias de lanzar un texto manuscrito al bullicio copista-lector, las avivó. ¿Qué mejor manera de burlar los flujos inquisitoriales que con el astuto tráfico manuscrito? Por otro lado, las diez primeras ediciones de los Sueños fueron pasadas a las planchas sin su autorización, a cargo de editores que hoy recibirían la categoría de impresores piratas o hackers de la imprenta. La primera de ellas, en Barcelona, 1627, es decir, tras 13 años de carreras manuscritas. La versión autorizada de estos textos, Juguetes de la niñez, ve la luz en 1631, no siendo más que un pacto con la Inquisición. Aún hoy los editores modernos se dividen entre quienes editan la tradición manuscrita, aunque tratando de eliminar todo lo que no se cree original del autor, y los que publican la versión inquisitorial. Personalmente como lectora me pregunto qué preferimos leer: ¿la adaptación de los lectores o la de la Iglesia Contrarreformista?

¿Quiere esto decir que Quevedo era un autor jocoso que solo se movía en círculos alternativos? Nada de eso, Quevedo supo identificar qué canal convenía a cada ocasión, exactamente igual que un autor contemporáneo juega con los formatos de blogs, Facebook, libro en papel, ebook, Twitter, etc. en función del contenido que desea transmitir. Algunos de sus textos religiosos fueron a las planchas con total ortodoxia. La vida de Santo Tomas de Villanueva constituye su primera publicación en letra de molde. Otros, como la Carta al Serenísimo Rey de Francia, fueron mandados copiar a todo lujo por calígrafos profesionales con el fin de regalar escogidamente a personajes influyentes de la corte o al mismísimo monarca. Curiosamente, el modo en que se propuso ante la pléyade como autor serio fue el de la traducción de Anacreonte y Focílides, sin que esto quiera decir que se considerase un traductor como lo entenderíamos hoy. Traducción, imitación y plagio no cargaban en la época con las pesadas fronteras de la actualidad. Si para componer su aspiración poética más importante, las silvas, hubiera tenido que pagarles derechos de autor a los descendientes del poeta latino Estacio, la poesía carecería de algunos de sus más significativos ejemplos. ¿Se imaginan qué hubiera pasado de haberse podido registrar legalmente las formas estróficas? ¿Qué hubiera ocurrido si el soneto en castellano les hubiera pertenecido legalmente a Garcilaso y a Boscán? La diferencia es que el diálogo artístico entre los clásicos se llama estudio de fuentes en el ámbito académico, mientras que para la SGAE y referido a autores contemporáneos el mismo vaivén se tacha de plagio. Y no solo eso, algunos poemas quevedianos no son otra cosa que traducciones, véase el caso del poema Le pinceau del francés Belleau y El pincel de nuestro poeta, por poner solo un ejemplo(2).

Quevedo fue un ávido lector, se preciaba de ejecutar una lectura humanista, es decir, una lectura intertextual, en la que se cotejan diferentes textos a la vez registrando activamente, interpretando, ordenando, relacionando, catalogando y aderezando materiales para un uso futuro, donde las citas (con referencia expresa o no) son obligadas para cualquier intelectual del momento que se precie. Veamos un ejemplo del google books de la época en esta rueda atril inventada por Agostino Ramelli en 1588.

(Tomado de Peraita)

Otra faceta destacable que confirma la imagen del escritor como agitador cultural es la del Quevedo editor. A él le debemos la publicación de la poesía de Fray Luis de León y de Francisco de la Torre. Sin este trabajo ambos poetas hubieran quizá caído en el olvido.

Manuscritos, impresos, copias piratas impresas, copias piratas manuscritas, oralidad, etc. Lo interesante aquí es como, a pesar de los intentos por controlarlo, la multiplicación de los canales, sus combinaciones, juegos y posibilidades resultó en una explosión cultural como nunca se había vivido antes y de la que aún debemos estar agradecidos.

La pregunta que algún candidato a carteras ministeriales tendrá en mente será la de qué relación guardan los hábitos de escritura, lectura y difusión de los textos en la Edad Moderna con la necesidad de proteger el derecho económico de los autores, o dicho de otro modo ¿vivían nuestros artistas del Siglo de Oro de su obra? La respuesta inmediata es que el dinero no era aún el motor de la maquinaria cultural. En el supuesto imaginario de que alguien le hubiera preguntado a don Francisco si consideraba su arte un trabajo, además del anacronismo incomprensible, hubiera contestado quizá con una sátira contra los oficios. No olvidemos que aquellos susceptibles de enriquecerse con las nuevas profesiones liberales, tales como taberneros, sastres, médicos, cerrajeros, buhoneros, alguaciles, escribanos, etc. fueron blanco predilecto de sus críticas. Debe entenderse por tanto que el desafío era otro, fundamentalmente político y moral, no económico, y en este sentido podemos decir que los grandes pusieron toda la carne en el asador. Quevedo, Lope, Cervantes, Fray Luis, San Juan, incomparables artistas y biografías, aunque con dos circunstancias en común: todos vivieron en la distintiva España de los Austrias y todos sufrieron la cárcel o el destierro por una razón u otra en algún momento de su vida.

Entonces, ¿qué papel jugaba el dinero? ¿de qué vivieron nuestras plumas áureas? Lo cierto es que cada uno se buscaba los maravedíes como podía, exactamente igual que hacen hoy la amplia mayoría de los artistas. ¿Cuántos escritores viven de los royalties? No planteo la vuelta al mecenazgo como forma de patrocinio artístico, idea tan rocambolesca como la de poner frenos legales y económicos a la libre difusión de la propia obra. Desde mi punto de vista la disputa ha sido desplazada con los siglos del contenido a la forma. Los Sueños y el Buscón se copiaron para evitar la Inquisición porque su mensaje se antojaba desafiante a las instituciones. Por el contrario, ahora cualquier contenido es bienvenido por más antisistema que parezca, no así el medio que se escoja para difundirlo. Es en esto donde encuentro en los clásicos un ejemplo de valentía doble por cuanto no tuvieron miedo de retar ambos tejidos. Por ello, creo que determinados políticos deberían preguntarse si no están contribuyendo a estancar el mismo proceso que dio origen a la identidad cultural de la que tanto hacen gala, y con cuya defensa se llenan la boca, a pesar de que en mi opinión tienen un pobre conocimiento de la misma.
  1. J. O. Crosby, La tradition manuscrita de los Suenos y la primera edicion, West Lafayette: Pardue University, 2005, p. 9.
  2. R. Cacho Casal, “La silva ‘El pincel’ de Quevedo y Remy Belleau”, en Studies in honor of James O. Crosby, Newark: Juan de la Cuesta, 2004, pp. 49-68.
La ilustración se atribuye a Alonso Cano y se supone que la realizó cuando murió Quevedo para la publicación de su poesía.

Reseña de Estrella del alba en El Cultural de El Mundo


 

Wu Ming no existe. O mejor, es una ficción. El pseudónimo de un colectivo de escritores italianos. Primero, Wu Ming fue Luther Blisset, y con esa otra marca el grupo firmó Q (2000) y obtuvo el éxito. Luego llegaron Manituana o 54, ya con el nombre actual. Cuando un miembro de Wu Ming escribe una obra individual, Wu Ming no se disuelve; simplemente, incorpora un número identificativo: Estrella del alba ha sido escrita por Wu Ming 4, y a esta fantasmal puesta en escena se añade que el libro lo ha traducido, con resbalones escalofriantes (¿“quíteme una curiosidad”?), un tal Nadie Enparticular.

Hemos leído o visto esta historia muchas veces, no siempre asociada al mismo nombre de leyenda: Lawrence de Arabia. Es el tema del traidor y del héroe, la melodía ambigua que contrapone verdad íntima y proyección pública. Es la pregunta sobre el relato de una vida; la relación conflictiva, pero esencial, entre el mito y la realidad. Todo esto aborda Estrella del alba a través de cuatro protagonistas, T. E. Lawrence y sus locos seguidores en Oxford: Robert Graves, J. R. R. Tolkien, C. S. Lewis. Estos hombres coinciden en la Inglaterra de 1919 arrastrando una educación exquisita y un pasado agitado. La primera guerra mundial queda cerca para ellos, y Lawrence ya se ha convertido en un héroe de la lucha árabe contra el turco.

Wu Ming 4 alterna los capítulos que narran lo que ocurre en Oxford con los que recrean el largo periplo, anterior en el tiempo, que convirtió al joven arqueólogo y oficial británico T. E. Lawrence en Lord Dinamita, el hombre de acción al borde de la locura. La leyenda, en fin: un nuevo Aquiles, una estrella al filo del amanecer. Lo interesante reside en que Lawrence se percibe a sí mismo como un fraude y un traidor. Y a fin de cuentas, ¿cómo decidir si lo era o no, con toda su represión sexual y su sadismo intermitente? “Lo partes en dos, y en su interior sólo encontrarás cicatrices”.

Quienes lo observan también oscilan en su juicio: Graves, que acabó sus días en Deià saludando a la Diosa Blanca con nueve reverencias cada noche de luna nueva, percibe a su amigo como un ideal; Tolkien querría percibirlo así pero no lo logra, porque para él lo histórico es problemático; y C. S. Lewis mantiene una actitud obsesivamente escéptica, aunque tal vez esconde razones dolorosas, viscerales, para ello. Ojo a la dignísima caracterización de los personajes, incluida su vida doméstica, y a la soltura con que Wu Ming 4 organiza este juego de espejos truncados. Por lo demás, tiene su miga que un escritor oculto tras un pseudónimo colectivo afronte el tema de la construcción de un personaje público. Es una ironía deliberada y crítica, claro. Y por supuesto, las cuestiones planteadas tienen una lectura añadida: el papel activo de la escritura en el mundo, la función de la narración como palanca política o social. Lawrence dice escribir sus memorias porque, con ellas, sigue combatiendo.

Y sí, todo esto está en el texto, latente o explícito. Pero hay cierto encorsetamiento, formal y de fondo, en el libro. Estrella del alba va más lejos que la película de David Lean o que los libros de Graves o del propio Lawrence en el retrato de la homosexualidad típicamente británica o en las aristas más incómodas de la historia. Pero eso no significa que mejore esos modelos, ni siquiera que sea una novela atrevida. No lo es, o no lo suficiente; y uno acaba añorando que, además de recrear unas vidas conocidas, Wu Ming 4 las reinterprete con verdadera profundidad. Tal cosa no llega a ocurrir.

Las referencias al IRA, a Iraq o al triunfo tecnológico actúan como eco de nuestra época, pero leer Estrella del alba en clave política o moral de estricta actualidad requiere alguna contorsión. Y la hacemos, vale, porque no somos lectores perezosos, pero nos queda la sensación de haber leído una novela más hábil y lúdica que necesaria. Sospecho que éste no era el objetivo.

Alquimia punk



Notas leídas por Amador Fernández-Savater en la segunda sesión del ciclo "Música desde las contraculturas" (Patio Maravillas, sábado 14 de julio).

 
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A finales de los años 70, cuando aparece “Comfortably numb”, está claro que el sueño que se evapora son las ilusiones de transformación social de los 60, percibidas por el rabillo del ojo de ese niño como un destello fugaz. Ahora el niño ha crecido, el sueño se ha esfumado. Estamos a las puertas del ciclo Reagan-Thatcher. Serán necesarios muchos pinchazos, muchas inyecciones para que el público se mantenga en pie durante el espectáculo. 


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Cambio de escena, pero sin cambiar de época. Un tipo raro recorre la calle King's Road de Londres. Lleva el pelo pintado de verde y una camiseta de Pink Floyd rota y llena de imperdibles. Él mismo ha escrito sobre ella: "I hate Pink Floyd" ("Odio a Pink Floyd"). Es Johnny Rotten, futuro cantante y líder los Sex Pistols. El punk está a punto de nacer, contra el sistema que vela el sueño confortable, contra los mismos Pink Floyd, juzgados como parte de esa situación anestesiada que no se sabe bien si ellos se limitan a constatar o aprueban con resignación desde su posición de privilegio. Nace el punk, no con la utopía y la confianza en el futuro como en los 60, sino con el "no hay futuro" como palanca de subversión. 


Bodies habla de una fan de los Sex Pistols. Johnny Rotten cuenta la historia en su autobiografía No Irish No Blacks No Dogs: "Pauline era una chica que me enviaba cartas desde un manicomio de Birmingham. Una vez se presentó en la puerta de mi casa vistiendo una bolsa de plástico transparente. Iba dando tumbos por Londres y se presentaba en casa de todos. En la canción hay una frase en la que digo que Pauline vivía en un árbol y era verdad que en los jardines del manicomio tenía una caseta en un árbol. Las enfermeras no podían bajarla y allí se pasaba los días enteros. Al parecer el punk la sacó de su burbuja".

El punk fue la ruptura generalizada de la burbuja social que cantaban los Pink Floyd. 

(ver desde 1.20 hasta 4.50) 

En No irish, no blacks, no dogs, Johnny Rotten cuenta cómo sentirse una basura era el estado de ánimo más extendido en la Inglaterra de 1977. El humus en el que nace el punk es la pobreza, el aburrimiento, el racismo y la sociedad disciplinaria, todavía con una fuerte influencia católica (véanse las anécdotas de Rotten sobre su educación es un colegio católico). El laborismo inglés se había vuelto una ideología gestora anestesiante. La derecha manipulaba a su antojo la frustración cotidiana, elaborándola como racismo (el mismo título del libro habla de ello: No Irish, no Blacks no Dogs es el letrero que Johnny Rotten se acostumbró a ver durante niño en los pubs de Londres). El punk fue una especie de aspiradora que absorbió la tristeza y la impotencia, y devolvió el asco transformado en una ola de activación, "háztelo tu mismo", rabia creativa y desafío a lo establecido, expresado a través de la música y la estética. 

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Toda una serie de clichés orientan hoy en día nuestra percepción sobre el movimiento punk. Esos clichés a los que lo asociamos invariablemente son de cuatro tipos: la consigna política fácil, el punk accesible (que Johnny Rotten asocia malvadamente a los Clash: "citas de Marx con música"); el uniforme de la cresta y el imperdible; el nihilismo autodestructivo; el feísmo o rechazo de la estética.

Pero Johnny Rotten tiene una versión muy distinta de los Sex Pistols y del punk: 

(ver desde 0.00 hasta 5.00)

--> "No creo que hubiera nada nihilista en los Pistols. Lo nuestro no era un camino de autodestrucción. Quizá hubiera algo de imbecilidad en plan “destrúyelo todo” pero no creo que eso se pueda llamar nihilista. Más bien al contrario. Era constructivo porque ofrecíamos una alternativa, no era anarquía porque sí. Tampoco he creído nunca en las ventajas de convertirme en mártir. Y morir por algo tan vagamente infantil como el rock & roll no me pone en absoluto. Aunque el personaje de Sid Vicious está rodeado de cierta mitología, la gente que se traga esos mitos no son los que compran los discos, sino personas frustradas. El mito de Sid está envuelto en la cultura de las drogas, hecha para perdedores y yonquis, gente que se pasa el día lamentando lo desgraciados que son. Yo no formo parte de ese mundo, ni antes ni ahora. Siempre intento moverme en busca de algo mejor".

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“Lo que Johnny hacía con los Pistols era furia dramatizada que después se ha malinterpretado. Yo siempre he considerado a los Pistols como “teatro de la rabia”, un espacio perfecto para expresar sentimientos violentos. Como consecuencia, mucha gente pensó, equivocadamente, que el punk era violento. Pero la razón de que hubiera violencia en el punk no tenía nada que ver con la esencia del movimiento” (Caroline Coon, en No Irish No Blacks No Dogs). 

(ver desde 5.45 hasta 7.26) 

"Lo que me enfurecía de los Sex Pistols era la progresiva homogeneización del uniforme punk entre el público, porque echaba por tierra todo. Desde luego con mi aprobación no iban a contar porque aquello demostraba que carecían del concepto de individualidad y que no entendían lo que hacíamos. Lo nuestro no tenía que ver con la uniformización. Odio todos los grupúsculos porque destruyen la personalidad y la individualidad. Quizá una habitación llena de gente con ideas muy distintas sea caótica, pero es un caos maravilloso, con altas dosis de diversión y muy didáctico. Así es como se aprende y no siguiendo la misma doctrina que todo el mundo".


Las claves del punk según Rotten en su autobiografía son otras:

-partir de lo que hay, no de lo que puede haber o debería de haber, sino de los elementos que encuentras en lo cotidiano, desde tu grupo de amigos a unos imperdibles;

-la multiplicidad, la singularidad y la originalidad contra los uniformes, la mezcla contra los compartimentos estancos: alianzas insólitas en el nacimiento del punk entre la escena reggae, la escena gay, los hooligans, los chicos de clase obrera y de clase media, etc.;

-la espontaneidad y la intuición contra los Planes Maestros (es la discusión de Rotten con McLaren, que presenta la historia de los Pistols como un producto diseñado por él de principio a fin);

-la rabia, la energía y la activación del “do it yourself” contra la burbuja de pasividad y obediencia a los moldes establecidos;

-la capacidad de sorprender, asustar y hacer preguntas, no la doctrina, las ideologías ni la identidad (“si te comprenden estás perdido”): atacar lo obvio mediante el caos, la ambigüedad y lo políticamente incorrecto (el uso irónico y catártico de las esvásticas, la ropa sado, etc.);

-el “no hay futuro”, el rechazo de todas las ideologías de la espera (la des-esperación contra la esperanza hippie), la afirmación del aquí y ahora, de un presente intenso. 

Etc.

(ver desde 5.00 hasta 7.08)
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1977-2012. La crisis actual va dejando un paisaje devastado como el que vio nacer al punk. Y no sólo en lo material (salarios y derechos). Leemos recientemente el siguiente titular en el diario Público: "los ansiolíticos son ya los fármacos más vendidos en el mercado". Como cantaba Pink Floyd, "he oído que te sientes mal, yo puedo aliviar tu dolor y ponerte en pie otra vez". Pero, ¿queremos ponernos de nuevo en pie como si nada? La necesidad de anestesia es mayor cuanto mayor es el malestar por la vida que llevamos. Si nuestra respuesta frente a esto no es la consigna política fácil, el nihilismo autodestructivo, ninguna clase de uniforme ni tampoco el rechazo de las formas, tendremos que inventar hoy a nuestros propios Sex Pistols. ¿Pero cómo? La música y la estética podían ser en el año 77 un desafío, ¿y hoy? El escándalo aún no estaba planificado en la misma maquinaria de la sociedad del espectáculo. El punk, por un breve momento, consiguió darle la vuelta a lo que también parecía entonces un destino único, fue capaz de hacer que el miedo y la dignidad cambiasen de lado, y que la ausencia de futuro y esperanza, más que asustarnos, nos dotase de fuerza. ¿En qué consistiría hoy una práctica a la vez cultural y política alquímica capaz de transformar la frustración y el malestar en dignidad y potencia de autoafirmación?



"El punk no era un movimiento: era un suicidio"



"Porque en verdad no había futuro; por eso estamos aquí así. El punk murió pronto de éxito, y su éxito fue súbito y fulminante. No era un movimiento: era un suicidio.
No se puede mirar hacia el punk con ira ni con nostalgia. No creo en las batallas perdidas. Todo pasa y todo queda, y el punk pasó corriendo, pero dejó una huella inextinguible" 

(Luis Navarro)

Sábado 14 de julio. 20h
EPA Patio Maravillas (C/ Pez, 21). Noviciado

Segunda sesión del ciclo "Música desde las contraculturas". Esta vez, nos centraremos en la explosión del punk en Inglaterra.
Charlaremos con Amador Fernández-Savater y Luis Navarro en torno al libro Rotten: No Irish, No Blacks, No Dogs (Acuarela 2007) y la cultura que agitó la conservadora sociedad inglesa con provocación y rabia.
Para terminar, Antagonik Sound System, se currarán una sesión llamada "The punk is coming" haciendo un recorrido musical desde EEUU hasta Inglaterra con temazos de Iggy Pop, Lou Reed, Ramones, Sex Pistols, The Clash, Buzzcoks, X-Ray Spex...

Si todavía piensas que el amor va a cambiar el mundo, pásate por el Patio el sábado...

"Los gestos pasan, las historias quedan"


Entrevista con Wu Ming 4, por Amador Fernández-Savater y Javier Lucini



En Estrella del alba, la novela de Wu Ming 4 que ha publicado recientemente Acuarela Libros, los cuatro personajes principales son escritores y han luchado como soldados, en las arenas del desierto árabe o las trincheras de la primera Guerra Mundial. Sus nombres son bien conocidos: T.E. Lawrence (o Lawrence de Arabia), J.R.R. Tolkien, Robert Graves y C.S. Lewis. Entre diferentes flashbacks bélicos, Wu Ming 4 novela sus encuentros y desencuentros en el Oxford de 1919.

Si Tolkien, Graves y Lewis se preguntan cómo seguir escribiendo después de vivir desde dentro la gran carnicería, Lawrence se dispone a escribir por su lado la historia de la revuelta árabe, que es al mismo tiempo la historia de sus hazañas. Pero no es tarea fácil, mil dudas le atraviesan como flechas. No quiere escribir una crónica fría de los hechos, sino encontrar el lenguaje para convertir la experiencia en una historia inspiradora: un mito. Pero para alcanzar una palabra creíble debe guerrear primero consigo mismo, afrontar sus propias ambigüedades y claroscuros.

Teniendo en cuenta que el autor de la novela forma parte desde hace años de un colectivo de escritores y activistas organizados en torno a la confianza incondicional en la fuerza transformadora de las historias, podemos leer (también) Estrella del alba como una (auto)reflexión sobre las relaciones entre escritura, mito y acción, como una pregunta incluso sobre el mismo significado de una escritura política.

¿Cómo contar un movimiento colectivo y anónimo de transformación? Apenas hemos visto aparecer, en torno al 15-M, nuevos modos de (d)escribir la acción política, siguen predominando los formatos codificados, como por ejemplo el análisis más o menos pedagógico, el texto de agitación más o menos propagandístico o el canto lírico más o menos idealista. Las dudas de Lawrence siguen siendo aún las nuestras, interrogamos a Wu Ming 4 desde ahí.

¿Cómo fue tu encuentro con las obras de los cuatro autores protagonistas de Estrella del Alba? ¿Cómo surge la idea de ficcionar sus encuentros como trama de una historia? ¿Qué problemas y cuestiones te permitía plantear?

WM4. Conocí a los cuatro autores protagonistas de Estrella del Alba a lo largo de los años, pero la idea de hacer que “se encontraran” en una novela la concebí en un cierto momento muy concreto, a mediados de la última década. Me di cuenta de que la figura ambigua y controvertida de Lawrence de Arabia encerraba en sí misma todas las contradicciones del héroe. Al situar a Lawrence en el centro era posible contar esas contradicciones, reflexionar narrativamente sobre ellas, utilizando como “observadores” a otros escritores importantes de su generación. Robert Graves fue en el mundo real un gran amigo suyo, mientras que J.R.R. Tolkien y C.S. Lewis se encontraban en Oxford en aquel mismo periodo. La coincidencia era perfecta. Cualquiera de estos tres podía encarnar un punto de vista sobre Lawrence y, por tanto, sobre el héroe histórico y mítico.

Al comienzo de la novela, nos encontramos a Lawrence preguntándose de qué sirve escribir la historia de la revuelta si los árabes siguen luchando por su independencia, ahora contra los ingleses, sus antiguos aliados. ¿No sería mejor volver al frente y entrar de nuevo en acción? Graves le responde: “estás escribiendo la historia de la revuelta. Eso también es combatir”. ¿En qué sentido piensas que la escritura es o puede ser la continuación de la política por otros medios? Es decir, ¿qué aporta la escritura a la acción?

WM4. En ese caso concreto Lawrence contó la historia de la Revuelta Árabe (1916-1918) para mostrar lo que la guerrilla de los beduinos había aportado a la victoria inglesa sobre el imperio otomano. Como la historia la escriben siempre los vencedores, el hecho de que en ese caso el vencedor fuera un oficial inglés amigo de los árabes representó un obstáculo a la marginalización de las tribus terminada la guerra. Por lo menos Lawrence trató de obstaculizarla actuando narrativamente. Sin embargo, al escribir Los Siete Pilares de la Sabiduría Lawrence hizo algo más: escribió un moderno manual de guerrilla, el primero del siglo XX. Un manual narrativo que representa aún hoy uno de los momentos de reflexión más avanzados sobre la guerra irregular, entendida también como metáfora política. La escritura no podrá nunca sustituir a la acción, pero puede inspirarla, ayudarla y, sobre todo, narrarla, dándole así una consistencia mítica, o sea perdurable. Porque los gestos pasan, pero las historias quedan.

C.S. Lewis asiste en el libro a una clase de traducción del profesor Murray en la que reflexionan sobre las palabras iniciales de la Poética de Aristóteles. “Hablaremos del hacer en sí y de sus especies, de la potencia propia de cada una, y de cómo es preciso construir los mitos si se quiere que el hacer resulte bien”. Tolkien escribió el poema Mythopoeia como respuesta a una pregunta de C.S. Lewis en la que se cuestionaba si los escritores de cuentos no se dedicaban a “dorar mentiras”, viniendo a ser los mitos “sólo mentiras susurradas a través de plata”. Para escribir su historia, Lawrence se acerca a los poetas de Oxford: a través de Graves conoce a Sassoon, Blunden o Masefield. ¿Qué está buscando? Es decir, en general y más allá de Lawrence, ¿por qué la poesía, el mito? ¿Qué relación tienen con la verdad?

WM4. Una de las pocas cosas que unen a los autores protagonistas de Estrella del Alba es que creían en la verdad de la poesía y el mito. Creían que la poesía y la mitología podían aprehender aspectos parciales de la verdad sobre la naturaleza humana, sobre la vida, sobre el bien y sobre el mal. Ninguno de ellos afirmaba de forma fideísta: “Esta es la verdad” (si bien C.S. Lewis, en edad madura, estuvo demasiado cerca de hacerlo, y eso marcó su gran limitación con respecto a los otros), sino que sentían que los grandes autores y mitopoetas del pasado habían sabido contar algo universal. Algo que hablaba todavía a la humanidad acerca de sí misma. Frente a la ironía modernista que negaba la posibilidad de aspirar a tanto, aquellos autores fueron a contracorriente e intentaron aún la vía de la mitopoiesis.

El espectáculo teatral de Lowell Thomas (que aparece al comienzo de la novela) ha convertido a Lawrence en una leyenda, pero de cartón piedra. Algo muy similar a lo que el colectivo Wu Ming llama un “mito tecnificado”. ¿Qué es un mito tecnificado?

WM4. El mito tecnificado es un instrumento de poder. Es una historia originariamente producida y compartida por una colectividad, que es capturada por un aparato de poder, transformada en base a exigencias apologéticas y cristalizada, petrificada por quienes la custodian. Un ejemplo de ello puede ser el mito de la revolución proletaria en la Unión Soviética estalinista. O el redescubrimiento filológico del folklore germánico que se transforma en mito de la raza y Kulturkampf en el Tercer Reich hitleriano.

En un libro reciente, el filósofo Alain Badiou habla de la “importancia decisiva de los nombres propios en toda secuencia de la política revolucionaria, desde Espartaco a Müntzer pasando por Blanqui y Lenin. Cada uno de ellos simboliza históricamente, en la forma de un individuo, la acción anónima de millones de insurrectos”. Pero el precio a pagar es muy alto: Lawrence vive crucificado en su imagen de héroe (y un héroe, como le explica Nancy Nicholson a su marido Robert Graves, “no tiene amigos, sólo admiradores y amantes”). ¿Es ese peso el que lleva a Lawrence a decir en algún momento a alguien “mi nombre se ha convertido en algo condenadamente incómodo, olvídelo”? ¿Son necesarios esos nombres propios para representar (simbolizar, transmitir y contagiar con fuerza) la lucha colectiva? ¿Alguien tiene que pagar necesariamente con su vida personal el precio que exige la Historia?

WM4. Un nombre propio puede siempre convertirse en un nombre colectivo. Quizás sea precisamente esto lo que permite mantener abierto el margen de su uso: el hecho de que el nombre se convierta en una especie de firma/icono múltiple. Sin embargo, el nombre como apelativo del héroe puede acabar siendo un pesado lastre, como en el caso de Lawrence. El héroe en cuanto tal es siempre símbolo de la colectividad y al mismo tiempo está separado de ella. Es una figura ambigua, amado por todos, conocido por nadie (es verdad, este es uno de los temas de Estrella del Alba). Lo cual vale tanto más en el caso de Lawrence, que fue la primera pop star contemporánea. Por lo que respecta al “precio que exige la Historia”, no creo que nadie pueda establecerlo. Es verdad que la ética del coraje heroico prevé que el héroe muera en el ejercicio de sus funciones, es decir en batalla, en acción, salvando a la colectividad, pero precisamente el ejemplo de Lawrence y la reflexión de un autor como Tolkien demuestran que existe una posibilidad de vida post-heroica. En este segundo momento, el héroe se convierte en narrador de sí mismo y deja la propia historia en herencia a los que vengan más tarde.

El sinólogo François Jullien explica que la cultura china carece de mitología porque entiende que las transformaciones son procesos siempre subterráneos y silenciosos que se pueden cuidar y cultivar, pero no catalizar ni guiar. No hay relato mítico porque no hay héroe-conductor ni acontecimiento decisivo, sino proceso anónimo. En un sentido tal vez parecido, Lawrence confiesa en determinado momento de la novela: “en realidad las cosas ocurren, nosotros sólo podemos hacer todo lo posible por no caernos de la silla”. Y Tolkien advierte sobre los peligros de creerse “Turambar, Amo del destino”. ¿Cómo conciliar entonces la épica con la revuelta? ¿Cómo narrar (políticamente) lo no excepcional?

WM4. En la antigüedad pagana, el pecado del héroe trágico era la “hybris”, es decir, el hecho de creerse liberado de toda ley, de todo deber de reconocimiento, dueño del propio destino. Era un insulto hacia los dioses, que generalmente castigaban al héroe con algún terrible suplicio. La frase que citas proviene realmente de una carta de Lawrence a un amigo escritor en 1930 (y que yo he fechado diez años antes). Es una especie de contramelodía, o visión crítica, de la propia obra Los Siete Pilares de la Sabiduría. En aquella obra Lawrence se describe a sí mismo como la inteligencia y el motor de la revuelta árabe, poniéndose siempre en el centro de todo. Sin embargo, en la carta, en un momento de intimidad, fuera de la construcción del propio mito, Lawrence habla con franqueza: dice que en realidad él solo lo ha hecho lo mejor que ha podido y más que conducir la marea ha tratado de cabalgarla sin perder el equilibrio. Siempre tenemos que conservar la conciencia de que no todo depende de nosotros. Navegamos en un océano, entre corrientes, tifones y bonanzas que impactan inevitablemente contra las rutas que trazamos. Ni somos los dueños absolutos de nuestro destino ni los movimientos de revuelta pueden serlo de los destinos colectivos. Hay alquimias que se nos escaparán siempre. Además lo excepcional y lo ordinario se entremezclan. Dentro de un evento excepcional siempre están también nuestras historias ordinarias y no es posible contar solo el uno o el otro de estos dos momentos. Se dan juntos.

“Espero que logre volcar en las páginas sus contradicciones. Resultaría una obra muy interesante”, le dice Nancy Nicholson a Lawrence. Las historias que se escriben con las contradicciones y los claroscuros de la vida son efectivamente bien interesantes, pero ¿pueden ser un mito, galvanizador de voluntades, llamada a la acción? ¿Cómo ha evolucionado la mitopoiesis de Wu Ming ?

WM4. Al estudiar el concepto de “mito tecnificado” elaborado por el mitólogo italiano Furio Jesi (1941-1980) hemos afinado nuestro discurso sobre la mitopoiesis. Los mitos se utilizan a conciencia, o manteniendo siempre abierto el margen de la alegoría, sin la pretensión de cerrarla, de hacer que mito y realidad sean perfectamente coincidentes. Es un problema también literario, obviamente. Mientras se narra una historia se reflexiona también sobre el hecho de narrar historias, indagando en los límites; se trata de estar dentro de la narración sin dejarse determinar en exceso por ella pero sin pretender tampoco dominarla. En suma, frente a los mitos conviene tener una actitud que no sea ni escéptica ni fideísta, sino crítica, dialéctica. Y claro, se antoja mucho más difícil crear mitos de revuelta basándose en las contradicciones y en los claroscuros. La revuelta parece necesitar de narraciones heroicas puras y simples. ¿Puede existir una figura heroica más parecida a nosotros, comunes mortales, con nuestra carga de contradicciones, miedos y titubeos? Según Tolkien, por ejemplo, sí. Su respuesta literaria son los Hobbits. Hombres comunes que son capaces de responder a la llamada de la acción porque carecen precisamente de toda prosopopeya heroica. Y sin embargo son héroes a todos los efectos, también (y acaso justamente por eso) porque tienen bien presente que el fracaso es posible. Héroes en la Tierra Media y héroes en nuestro imaginario contemporáneo. Por lo tanto, quizás tenga sentido trabajar en esta dirección.

Otro de los personajes, C.S. Lewis, quiere desmontar el mito de Lawrence, ver qué hay detrás, así que investiga su vida privada. Su gesto recuerda el del pensamiento crítico: sospechar de las apariencias e interrogarlas hasta hacerles confesar la verdad. Desmitificación contra Poética. ¿Se podría hablar de una tensión, en el seno del pensamiento crítico, entre el discurso que contrapone los hechos a los mitos (representado aquí por Lewis) y otro discurso que busca más bien redefinir y redescribir (poéticamente) los datos de la realidad (Lawrence)?

WM4. Exactamente. El encuentro -del todo imaginario- entre Lewis y Lawrence en Estrella del Alba es precisamente esto. El personaje de Lewis encarna un cierto tipo de críticos que consideran a Lawrence un fanfarrón y un mitómano. Y en efecto, Lawrence fue tanto mitómano como mitopoeta, por lo que solo uniendo todos los puntos de vista es posible comprender algo de su personaje. Lewis representa evidentemente el enfoque racionalista y demistificador de los mitos. Pero al final lo único que sucederá es que acaba rindiéndose a la evidencia de que una parte de sí mismo no es racional, de que existe el inconsciente y la felicidad pasa también a través de la aceptación de sí, de los propios puntos débiles. Y sobre todo, que la imaginación y la fantasía nos ayudan a vivir.

Tolkien, Graves y Lewis, huyendo del horror de las trincheras, encontrarían salida finalmente en la fantasía (en el caso de Graves en la mitología clásica). En más de una ocasión se les acusaría por ello de escapismo, de huida de la realidad. Ursula K. Le Guin habla de la “profunda desconfianza puritana por la fantasía de quienes confunden la fantasía, que en sentido psicológico es una facultad universal y esencial de la mente humana, con el infantilismo y la regresión patológica”. Y Tolkien, en su ensayo “Sobre los cuentos de hadas”, responde a esta cuestión de la Evasión y el Consuelo con estas reflexiones: “He alegado que la Evasión es una de las principales funciones de los cuentos de hadas y, puesto que no los desapruebo, está claro que no acepto el tono peyorativo o condescendiente con el que tan a menudo se emplea hoy en día el término Evasión... ¿Por qué ha de despreciarse a la persona que, estando en prisión, intenta fugarse y regresar a casa? Y en caso de no lograrlo, ¿por qué ha de despreciársela si piensa y habla de otros temas que no sean carceleros y rejas? El mundo exterior no ha dejado de ser real porque el prisionero no pueda verlo. Los críticos han elegido una palabra inapropiada cuando utilizan el término Evasión de la forma en que lo hacen; y lo que es peor, están confundiendo… la Evasión del prisionero con la huida del desertor”. ¿Qué opinión te merece este rechazo de la fantasía como evasión e infantilismo, aún muy presente en los ámbitos “críticos”? ¿En qué puntos se cruzan los caminos de escritura que tomaron los cuatro autores protagonistas de Estrella del alba?

WM4. Las palabras de Tolkien en su famoso ensayo están entre las más eficaces que se han escrito sobre este tema. Evadirse no significa desertar. Imaginar un mundo fantástico no significa rechazar el mundo real en el que se vive, sino que por el contrario bien podría ser la actitud necesaria para intentar cambiarlo de arriba a abajo. Criticar el ejercicio de la fantasía en literatura no tiene más sentido que criticar el uso de las piernas para caminar. Fantasear forma parte de la naturaleza humana, y si nadie lo hubiera hecho nunca probablemente viviríamos aún en los árboles. Añado que conservar un poco de la sana maravilla infantil ante una buena historia es una cualidad que pocos autores tienen.

Lo que es seguro es que los cuatro autores protagonistas de Estrella del alba la tenían. Si creían en el poder de las historias quizá fuera también por esta razón. Creían que las historias podrían servir para hacer cosas. Y en ciertos casos hasta para hacer que se hagan las cosas justas.

Traducción del italiano Álvaro García-Ormaechea



Graves sobre Nancy Nicholson (II)


ROBERT GRAVES (Wimbledon, Londres, 24 de julio de 1895 - Deià, 7 de diciembre de 1985)
Poeta veterano de las trincheras, afectado por traumas, por explosiones, y en busca de una nueva inspiración. Conocer a Lawrence de Arabia cambiará por siempre sus versos y su vida.

NANCY NICHOLSON (1899–1977)
Primera esposa de Robert Graves. No se considera una buena esposa, sino una mujer. Quiere borrar la guerra y la prosopopeya de los hombres que la combatieron.

 Graves sobre Nicholson ( I)


CAMBIO DE LEALTADES
“[…] Mi nueva lealtad hacia Nancy y Jenny [su hija] tendía a disminuir la lealtad al regimiento, ahora que la guerra había terminado. En una ocasión en que me hallaba en mi habitación, contemplando el patio del cuartel, comencé a escribirles una absurda carta rimada:

¿Existe una canción lo suficientemente dulce / para Nancy y para Jenny? / Le preguntó Simón el Bueno a un comerciante. / Me parece que no; no conozco ninguna. / He recorrido el camino de Babilonia. / Volé alrededor de la tierra como un pájaro, / He cabalgado hasta Banbury Cross, / Pero jamás he oído esa dulce canción.

En aquel momento algunos camaradas del regimiento volvieron a los cuarteles después de una marcha de rutina; los tambores y los pífanos se acercaron a mi ventana haciendo vibrar los cristales con la Marcha de los granaderos ingleses. La insistente repetición de esta melodía y las ásperas palabras de mando que oía a medida que las tropas se reunían, compañía tras compañía, en el patio, parecieron un desafío a Babilonia y a Banbury Cross. La Marcha de los granaderos ingleses logró en un momento introducirse en el poema.

Hay quien habla de Alejandro, / quien habla de Hércules.

Para ser repudiada inmediatamente:

Pero, ¿quién habla de Nancy y de Jenny? / ¿Y con quién podría compararlas?

¿Había dejado de ser un granadero inglés? […]”

EL FEMINISMO DE NANCY (II)

“[…] Para Nancy, el socialismo no podía tener más que un objetivo: la igualdad jurídica entre los sexos. Para ella, todos los males del mundo se debían al dominio y a la estrechez mental de los varones, y no podía comparar mis sufrimientos de guerra con los padecimientos que millones de mujeres casadas tenían que sufrir sin quejarse. Esto, por lo menos, tenía el efecto de hacer pasar la guerra a un segundo plano de mis preocupaciones; mi amor por Nancy me hacía respetar sus puntos de vista. Pero la estupidez y el egoísmo masculinos constituían para ella tal obsesión que comenzó a incluirme en su condenación universal del sexo masculino. Pronto, no pudo tolerar la presencia de un periódico en casa, porque la lectura de algún párrafo la horrorizaba; por ejemplo, sobre la necesidad de anunciar el índice de natalidad, o sobre la inteligencia limitada de las mujeres, o sobre las desvergonzadas jóvenes modernas de pecho plano; o sobre todo aquello que los clérigos escribían en torno a las mujeres. Nos inscribimos en la recién formada Sociedad Constructiva para el Control de la Natalidad, y distribuimos sus folletos entre las mujeres de la población, para gran escándalo de mi familia.

Lo que empeoraba las cosas era que ninguno de nosotros frecuentaba la iglesia de Harlech, y que nos negamos a bautizar a Jenny. Mi padre llegó a escribirle al padrino de Nancy, que resultó ser mi editor, pidiéndole que persuadiera a Nancy, por cuyos principios religiosos había prometido velar ante la pila bautismal, de bautizar cristianamente a su hija. Les escandalizaba también que Nancy siguiera usando su propio nombre y que se negara a que la llamasen “señora Graves” en cualquier ocasión. Ella explicaba que con “señora Graves” perdía su individualidad. En aquella época los hijos eran propiedad exclusiva del padre. La ley no reconocía a las madres derechos sobre ellos […]”.

FIN DEL MATRIMONIO Y TÍTULO DE LA AUTOBIOGRAFÍA DE GRAVES

“[…] El resto de esta historia, de 1926 a la fecha, es dramático pero impublicable. Tanto la salud como nuestras finanzas mejoraron, pero el matrimonio se derrumbó. Nuevos personajes aparecieron en el escenario. Nancy y yo nos dijimos cosas imperdonables. Nos separamos el 6 de mayo de 1929. Ella, por supuesto, insistió en quedarse con los niños. De manera que yo me marché al extranjero, decidido a no volver nunca más a vivir en Inglaterra; lo que explica el Adiós a todo eso del título […]”.

(Textos extraídos de Adiós a todo eso, de Robert Graves. Traducción de Sergio Pitol).


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